LITURGIA
La liturgia, que etimológicamente significa “obra del pueblo”, permite que el pueblo de Dios, celebrando el misterio de Cristo, participe en la obra de Dios y, en él, Cristo continúe la obra de la salvación.
El Papa Francisco ha dicho que es necesario “redescubrir la liturgia”, porque es alimento de la relación con Cristo, teniendo muy presente que “la liturgia no es una ‘oración espontánea’, sino acción de la Iglesia, encuentro con Cristo mismo, que se hace presente con la fuerza del Espíritu Santo, a través de los signos sacramentales, para comunicarnos su gracia”.
Los actos litúrgicos se realizan por medio de gestos sencillos y palabras, utilizando algún elemento creado por Dios. Pensemos en el agua, o el pan, el vino y el aceite que son usados en la liturgia, a los que acompaña las palabras concretas que la Iglesia ha establecido.
Pensemos en la celebración de los sacramentos, en la Liturgia de las horas que santifica los distintos tiempos del día, el Año Litúrgico, los Sacramentales, las Bendiciones. Todo esto es liturgia. Cada celebración, a su modo, nos hace participar de la vida de Cristo.
Un acontecimiento litúrgico en la vida de la Iglesia es el sacramento de la eucaristía, a la que todos estamos llamados a participar, sobre todo en la eucaristía dominical. La liturgia del domingo nos reúne a todos como hijos de Dios, como miembros de la misma comunidad. A la liturgia del domingo la denominaban Pascua semanal los antiguos cristianos, una expresión que ahora se recupera.
En la eucaristía los cristianos, participando de la misma fe, escuchamos la palabra de Dios, recibimos el cuerpo y la sangre del Señor, que alimenta nuestra vida cristiana. Desde ahí nos sentimos impulsados a vivir en nuestra vida cotidiana el amor a Jesucristo y el amor a los demás. De esto modo anunciamos con nuestras palabras y nuestras obras la vida nueva, la buena noticia.